El rol de la comunicación científica en tiempos de pandemia

13 octubre, 2021
covid19-y-comunicacion-cientifica Imagen de Cottobro (Unsplash)

¿Qué papel han desempeñado el periodismo y la comunicación científica durante la pandemia? ¿Cuál es la mejor forma de luchar contra la desinformación y los bulos? ¿Por qué España es el país con menos resistencia frente a la vacuna de la Covid-19 de toda Europa? 

Estas son algunas de las cuestiones que se plantearon en este webinar moderado por Albert Barberà, director del eHealth Centre de la UOC, y contó con la participación de Imma Aguilar, directora general de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología;  Rocío Benavente, coordinadora de Maldita Ciencia; y Alexandre LópezBorrull, profesor de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación y experto en ciencia abierta y comunicación científica.

El periodismo ha salvado vidas

La pandemia ha confirmado la necesidad de un periodismo especializado en ciencia y le ha dado mucha visibilidad, según explicó Imma Aguilar. Nunca antes los periodistas científicos habían trabajado con un ritmo tan intenso, ni siquiera en la crisis de Fukushima de 2011, entre otras cosas porque no existía entonces un público tan ávido de respuestas y soluciones. De hecho, la agencia de noticias científicas SINC, medio de referencia de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, tuvo un récord inusual de visitas y dentro de unos meses lanzarán un Science Media Center para asesorar a los periodistas y medios en comunicación científica. 

Imagen de Unsplash.

Rocío Benavente fue incluso más lejos y destacó que la comunicación científica bien hecha ha salvado vidas porque ha explicado a la gente lo que necesitaba saber para tomar decisiones en un momento de mucha complejidad. El valor de este tipo de periodismo ya nadie lo puede negar y eso es una conquista, porque ¿qué medio podría prescindir ahora de esos contenidos y ese conocimiento? Y no solo han estado a la altura los profesionales que llevaban años abordando estos temas, también han hecho muy buena comunicación científica profesionales que se dedicaban a otras áreas y que han cubierto la pandemia en medios pequeños o locales donde no había nadie especializado.

La desinformación no tiene fronteras

La infodemia, la desinformación y las fake news, tal y como recordó el profesor Alexandre López-Borrull, vienen de lejos. No son un fenómeno nuevo que haya surgido con la pandemia. Vivimos una crisis de las democracias liberales y la mentira se utiliza como arma política. Hay una agenda ideológica detrás y hay gente que busca unos beneficios económicos con la desinformación. Sí es un fenómeno nuevo hasta donde han sido capaces de llegar los negacionistas y conspiracionistas: han pasado de estar recluidos en medios alternativos o grupos cerrados de Facebook a que sus consignas lleguen hasta las clases medias y han aprovechado la incertidumbre para lanzar su mensaje fácil frente a una situación tremendamente compleja.

A la incertidumbre y el miedo, Benavente sumó otros factores que han multiplicado los bulos y la desinformación durante la pandemia, como la polarización sociopolítica a la que la ciencia también se vio arrastrada. Frente a todo ese ruido, uno de los errores más peligrosos consiste en pensar que solo importa la información que ofrecen los medios tradicionales porque la mayor parte de los bulos llegan por WhatsApp o redes sociales, donde no existe ningún control, y hay mucha gente que se informa por estas nuevas vías sin recurrir nunca ni a los periódicos ni a la televisión.

Es un error pensar que solo importa la información que ofrecen los medios tradicionales: la mayoría de bulos provienen de WhatsApp o redes sociales

¿Cómo luchar contra los bulos?

Los bulos son tantos y van tan deprisa que resulta imposible desmentirlos todos, asegura Benavente. Medios como Maldita Ciencia, del que ella es coordinadora, tan solo consiguen frenar una pequeña parte. Por eso considera que la educación mediática es la única solución. Entre esas lecciones básicas que todos debemos manejar está la de no compartir información de la que no estemos seguros y saber en quién –y en qué fuentes– podemos confiar. Esto nos convierte a todos, periodistas o no, en responsables del ecosistema informativo porque todos compartimos, reenviamos y movemos contenidos.

La desinformación está aquí para quedarse, considera López-Borrull, y vamos a tener que aprender a lidiar con ella. La alfabetización mediática suele mencionarse como la mejor solución, pero parece siempre que se producirá en la próxima generación, porque es muy compleja y requiere muchas competencias. Tenemos también los algoritmos de las redes sociales como solución a corto plazo, pero esta tecnología no resulta tan eficaz o no consigue filtrarlo todo. Así que debemos encontrar algo a medio plazo que implique a todos los actores, no sólo desde un plano legal o periodístico. Los códigos de buenas prácticas europeos sí han servido para que las redes sociales empiecen a responsabilizarse por lo que se publica en ellas. También hay que seguir apostando por los contenidos de calidad, que explican bien y que ofrecen una información que ayuda a crecer al ciudadano.

El peligro de hacer ciencia demasiado deprisa

Durante las primeras fases de la pandemia, la ciencia se estaba haciendo en directo, casi como si fuera periodismo, asegura Aguilar. El conocimiento se estaba produciendo y compartiendo a gran velocidad, pero eso puede ser peligroso si los periodistas no conocen cómo funciona la ciencia o si no tienen escrúpulos a la hora de sacrificar el rigor por los clics. La ciencia ha reaccionado con premura frente al coronavirus, pero era todo demasiado nuevo, y eso también llevó a tomar decisiones políticas basadas en unos niveles de certeza mucho más débiles de los que deberían haber sido. 

López-Borrull coincide en señalar que durante la pandemia la ciencia ha acelerado en demasiadas en ocasiones sus conclusiones por culpa de la incertidumbre. En algunos casos, los resultados han pasado directamente del laboratorio a los informativos sin los filtros necesarios. Frente a ello, conviene recordar que la ciencia tiene sus propias garantías y sus propios mecanismos de fact-checking para determinar cuándo hay una evidencia válida y cuándo no. Aunque este aspecto, como tantos otros ocurridos desde marzo de 2020, ha servido como proceso de aprendizaje. 

Nunca antes los periodistas científicos habían trabajado con un ritmo tan intenso porque no existía entonces un público tan ávido de respuestas

El país con menos rechazo a las vacunas

En septiembre de 2020, España era el país con mayor número de ciudadanos contrarios a las vacunas, tal y como asegura Aguilar basándose en las diversas oleadas de encuestas que se han hecho. Pero de un aproximadamente 30% de antivacunas se ha bajado a solo un 3%, el porcentaje menor de Europa. No han hecho falta grandes campañas. Se ha tratado de un fenómeno espontáneo de abajo a arriba, al ver que no pasaba nada por vacunarse e incluso al compartir muchos ciudadanos su foto vacunándose en las redes sociales.

Según López-Borrull, al principio nos costó preparar argumentarios para frenar las críticas contra las vacunas. Incluso surgió la polémica de quienes no esperaban su turno y se colaban delante de los que tenían prioridad por ser más vulnerables. Había gente que hasta le daba vergüenza decir que se había vacunado para que no pareciera que habían cometido alguna irregularidad. Pero luego la gente creó su propia campaña para demostrar que las vacunas son positivas.

El webinar completo puede verse aquí:

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Autor / Autora
Periodista y escritor.
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